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Adventures-of-gerard-newnes-1903Sinopsis del editor

«I hope that some readers may possibly be interested in these little tales of the Napoleonic soldiers to the extent of following them up to the springs from which they flow. The age was rich in military material, some of it the most human and the most picturesque that I have ever read. Setting aside historical works or the biographies of the leaders there is a mass of evidence written by the actual fighting men themselves, which describes their feelings and their experiences, stated always from the point of view of the particular branch of the service to which they belonged. The Cavalry were particularly happy in their writers of memoirs. Thus De Rocca in his Memoires sur la guerre des Francais en Espagne has given the narrative of a Hussar, while De Naylies in his Memoires sur la guerre d’Espagne gives the same campaigns from the point of view of the Dragoon. Then we have the Souvenirs Militaires du Colonel de Gonneville, which treats a series of wars, including that of Spain, as seen from under the steel-brimmed hair-crested helmet of a Cuirassier. Pre-eminent among all these works, and among all military memoirs, are the famous reminiscences of Marbot, which can be obtained in an English form. Marbot was a Chasseur, so again we obtain the Cavalry point of view. Among other books which help one to an understanding of the Napoleonic soldier I would specially recommend Les Cahiers du Capitaine Coignet, which treat the wars from the point of view of the private of the Guards, and Les Memoires du Sergeant Bourgoyne, who was a non-commissioned officer in the same corps. The Journal of Sergeant Fricasse and the Recollections of de Fezenac and of de Segur complete the materials from which I have worked in my endeavour to give a true historical and military atmosphere to an imaginary figure.» – ARTHUR CONAN DOYLE. – March, 1903.

Edición de New York, 1903

hazanas-y-aventuras-del-brigadier-gerard«De la simpatía y admiración romántica que Sir Arthur Conan Doyle profesaba por la «aventura imperial francesa» nos ha quedado una biografía de Napoleón, La gran sombra, y diecisiete espléndidos relatos protagonizados por el heróico, jactancioso, valiente, humano y no excesivamente perspicaz Etienne Gerard, oficial de húsares del Emperador. Los primeros relatos de Gerard aparecen como serie en 1895 en el Strand Magazine, y se reúnen en un volumen titulado Las hazañas del Brigadier Gerard al año siguiente. Debido al éxito de esos relatos, el director del Strand pide a Conan Doyle más aventuras del popular brigadier (tal y como hiciera en el caso de Sherlock Holmes), que fueron apareciendo en la revista entre 1895 y 1903, y luego publicadas en un volumen con el título de Aventuras de Gerard (1903). Los relatos protagonizados por Gerard son cuentos de aventuras de ambientación histórica verdaderamente ejemplares: precisos, elegantes, ingeniosos y con ritmo. Doyle utilizó, como documentación de trabajo, memorias de combatientes que realmente intervinieron en las contiendas del período napoleónico. En todo caso, se trate de aventuras reales o «batallitas», lo cierto es que estos episodios de la agitada vida de un húsar de Napoleón, el brigadier Gerard, al que Conan Doyle lleva a menudo a situaciones sin salida, están entre lo mejor que salió de su pluma.»

Zaragoza en la novela

Sir Arthur Conan Doyle es uno de esos escritores en los que el conjunto de su obra queda eclipsado por una parte de la misma, en este caso el detective Sherlock Holmes, como si solo hubiera escrito eso o solo eso fuera digno de mención. Sin embargo, Doyle es autor de una gran cantidad de novelas y cuentos de muy variada temática -desde la ficción científica al terror-, manifestándose siempre como un gran narrador. Hoy traemos a colación en este blog una serie de relatos breves de excelente factura, ensombrecidos por la alargadísima sombra del inquilino de 221B Baker Street.

Las hazañas y aventuras del brigadier Etienne Gerard son una serie de 17 narraciones breves en los que se conjuga la admiración de Doyle por la figura de Napoleón Bonaparte y su interés por la ficción militar. Los ocho primeros fueron publicados entre diciembre de 1894 y diciembre de 1895 en el Strand Magazine de Londres y como libro al año siguiente (The Exploits of Brigadier Gerard. London: George Newnes, 1896). Dado el éxito obtenido, el editor le pidió nuevos relatos, que vieron la luz entre enero de 1900 y mayo de 1903, cuando Doyle ya había regresado de servir como médico voluntario en el ejército británico en la guerra de los Boers, que también fueron publicados como libro (The Adventures of Gerard. London: George Newnes, 1903).

Aunque en el mundo anglosajón las aventuras de Gerard son muy conocidas, y existen numerosas ediciones impresas y electrónicas, en España han tenido escasa difusión. La primera edición se publicó en Madrid hacia 1910 en la colección «La novela ilustrada», dirigida por Vicente Blasco Ibáñez, con los títulos de Sable en mano (número 321) y Al galope (número 322), ilustradas con grabados. En los dos casos el subtítulo es Hazañas del coronel Gerard, lo cual introduce alguna confusión, puesto que tradicionalmente las hazañas (exploits) son la primera serie y las aventuras (adventures) son la segunda. Por aquella época ya eran famosas en España las novelas de Sherlock Holmes, cuyas adaptaciones se representaban con gran éxito en los teatros de Madrid. Incluso se representaban aventuras apócrifas de Sherlock Holmes escritas por autores españoles de segunda fila, que a menudo eran mitad teatro mitad zarzuela. Sin embargo, las aventuras de Gerard no tuvieron ni de lejos el éxito de las de Holmes, y el personaje quedó en el olvido. No se volvieron a publicar hasta la edición de mala calidad de la colección «Novelas y cuentos» en 1958, pero solamente Al galope. En el registro de la Biblioteca Nacional de España dice que el título original es The exploits of brigadier Gerard. Se han publicado en ocasiones dentro de recopilaciones de obras de Doyle, pero la única edición seria de los últimos tiempos es la de 2007 de la editorial Valdemar, que recoge las dos series: exploits y adventures.

Gerard 1958

El protagonista de todos los relatos es el militar francés Etienne Gerard, oficial de los húsares, un personaje al que Doyle dota de una marcada personalidad: un joven fanfarrón, ególatra, cándido y ridículo, con la más alta opinión de sí mismo, que continuamente se ve envuelto en las más disparatadas aventuras, de las que siempre sale con bien, a menudo gracias a su arrogante inconsciencia, cuando todo parece conducir hacia el mayor de los desastres. Todo contado con elegancia, ritmo y fino humor. El narrador es el propio Gerard, ya anciano y retirado.

Zaragoza hace su aparición en el relato publicado en abril de 1903 con el título de How the brigadier joined the Hussars of Conflans, que en la edición libresca de 1903 se transforma en How the brigadier captured Saragossa, lo cual le confiere un cierto aire falsario, porque todo el mundo sabía que Napoleón solo pudo conquistar Zaragoza tras dos terribles asedios. En ediciones posteriores el título de este relato oscila entre ambos: el de la revista o el del libro. En la edición de Valdemar se ha usado el de Cómo el brigadier Gerard se apoderó de Zaragoza.

En los 17 relatos protagonizados por Gerard, solo se mencionan en el título las ciudades de Minsk, Waterloo y Ajaccio, lo cual puede darnos una idea del renombre que todavía conservaba nuestra ciudad casi un siglo después de los Sitios, similar al de Stalingrado o Sarajevo en nuestros días.

Solamente otra ciudad española, Ciudad Rodrigo, tiene el honor de ser escenario de una de las hazañas de Gerard, en el relato How the brigadier held the King, publicado en abril de 1895.

La historia comienza cuando, a sus 25 años, el capitán Gerard, que se encontraba en Berlín, es destinado por el Emperador a España para reforzar al ejército que estaba sitiando Zaragoza, en concreto al regimiento de los húsares de Conflans, en el que desarrollará el resto de su carrera militar.

Seguramente que ustedes habrán leído relatos del célebre sitio de Zaragoza, y yo me limitaré a decir que tarea más dura que la del marsical Lannes no pudo tener ningún general. La enorme ciudad se hallaba ocupada por una horda numerosísima de españoles: soldados, campesinos, clérigos, animados todos del odio más feroz contra los franceses, y de la más salvaje resolución de perecer antes de rendirse. Había dentro de la ciudad ochenta mil hombres, y los sitiadores éramos únicamente treinta mil; pero nosotros disponíamos de una artillería poderosa, y nuestro cuerpo de Ingenieros era de lo mejor. Jamás hubo un sitio como aquel, porque lo corriente es que, cuando las fortificaciones caen en poder del sitiador, la ciudad se entrega; pero en Zaragoza la verdadera lucha sólo empezó cuando hubimos tomado las fortificaciones. Cada casa era un fuerte y cada calle un campo de batalla; de modo que teníamos que irnos abriendo camino lentamente, día a día, hacia el interior, volando las casas con sus guarniciones hasta que desapareció la mitad de la ciudad. Pero la otra mitad siguió animada por idéntica resolución, y mejor situada para defenderse porque aquella media ciudad consistía en enormes conventos y monasterios con muros parecidos a los de la Bastilla, que no resultaban nada fácil de allanar para seguir avanzando. Tal era la situación de las cosas en el momento en que yo me incorporé al ejército.

Nada más llegar, Gerard tiene un encontronazo con los oficiales del regimiento, que se burlan durante la cena de lo que consideran fanfarronadas de Gerard, el cual, ofendido, los reta a todos a duelo a sable a las cinco de la mañana del día siguiente. Momentos después, el coronel del regimiento solicita un voluntario para llevar a cabo esa misma noche un servicio que envuelve el más grave de los peligros. Se ofrecen todos los oficiales, siendo elegido Gerard. Conducido a presencia del mariscal Lannes, el mariscal le informa del enorme peligro que conlleva la misión, a lo cual responde Gerard:

       -Señor, permítame que le haga notar que cuanto mayor es el peligro, mayor es también la gloria, y que quizá yo me arrepienta de haberme ofrecido voluntario si no corro peligro alguno.

Era un párrafo magnífico, y mi aspecto exterior reforzaba aún más mis palabras. En aquel momento presentaba yo una figura heroica. Al ver que Lannes tenía clavada en mí su vista con admiración, me estremecí pensando en el magnífico estreno que estaba haciendo en España.

La misión consistía en entrar en Zaragoza saltando el muro de la ciudad, localizar a un agente francés, Hubert, que vivía en una casa de la calle de Toledo, de quien se sospechaba que podía haber sido descubierto por los españoles, y con ayuda de Hubert o sin ella, entrar en el «Great Convent of the Madonna», llegar hasta el polvorín que se encontraba en una celda de la planta baja y hacerlo estallar, para abrir una brecha en los gruesos muros del convento, por donde penetrarían dos mil granaderos que estaban esperando en el campo francés. Para ello Gerard no tendría más ayuda que su ingenio, un puñal y un disfraz de fraile franciscano.

Ni que decir tiene que Gerard alcanza su objetivo y todavía tiene tiempo de llegar a las cinco de la mañana al campo del honor, donde le están esperando los oficiales del regimiento de húsares de Conflans, pero no para batirse con él en duelo, sino para mostrarle su admiración y respeto.

plano-siglo-xviii

Podemos observar que Doyle recurre a una artimaña que se repite con frecuencia en las aventuras de Sherlock Holmes: disfrazar al protagonista (o a uno de los personajes) para infiltrarlo en terreno hostil.

Al margen de ello, Doyle demuestra estar bien documentado acerca del desarrollo de los Sitios, y seguramente tuvo un plano de Zaragoza a la vista. El oficial francés que le da detalles de la misión, le explica:

       -Aquí tiene un mapa de la ciudad, capitán Gerard. Fíjese que entre este círculo de conventos y de monasterios existe un cierto número de calles que arrancan de una plaza central. Si usted llega hasta esa plaza, verá que en un ángulo está la catedral. De ese ángulo arranca la calle de Toledo. Hubert vive en una casita, a un lado de la cual hay un zapatero remendón, y al otro una taberna, a la derecha conforme va usted desde la catedral.

Doyle no está del todo desencaminado. La plaza central es la plaza del Pilar; Doyle confunde la basílica del Pilar con la auténtica catedral de San Salvador, la Seo, pero como es una confusión habitual no se la vamos a tener en cuenta. Tampoco existía la calle de Toledo, pero sí la puerta de Toledo, más o menos donde se encuentra la estatua de César Augusto, así la calle de Toledo podría ser la calle Predicadores.

Cuando Gerard, disfrazado de franciscano, llega a las calles de Zaragoza, se encuentra en

una calle ancha, tachonada de hogueras en torno a las cuales dormían gran número de soldados y de campesinos. La atmósfera era tan horrible dentro de la ciudad que me asombré de que la gente pudiese vivir entre aquellos olores, porque durante los meses que duraba el asedio no se había realizado ninguna tentativa para limpiar las calles o para sepultar a los muertos. (…)

Tal y como había imaginado, aquella ancha calle desembocaba en la plaza central, que estaba llena de tropas y de hogueras. Crucé frente a la catedral y me metí por la calle que me habían explicado. Como era la parte de la ciudad más alejada de nuestro ataque, no había tropas acampadas en ella.

En efecto, el ataque francés se desarrollaba desde la margen derecha del Huerva, contra los sectores de Santa Engracia y San Agustín-Tenerías, y por tanto el barrio de San Pablo era el más alejado. Parece que Gerard avanza por el Coso y la calle de San Gil hasta la plaza del Pilar, y desde allí a la calle Predicadores («Toledo Street»).

Una vez comprobado que Hubert ha muerto a manos de los españoles, Gerard se encamina hacia el «Convent of the Madonna», pasando de nuevo por la plaza central.

La catedral se hallaba brillantemente iluminada en el interior, y eran muchas las personas que entraban y salían de ella; entré yo también, creyendo que era menos probable que se acercase a hablarme nadie dentro de ella, de modo que podría trazar mis planes con tranquilidad. Se me ofreció, desde luego, un espectáculo extraordinario, porque la catedral había sido convertida en hospital, refugio y depósito. Una de las naves estaba atiborrada de provisiones, en otras yacían por el suelo enfermos y heridos, mientras que en la central se habían refugiado gran cantidad de gentes desamparadas, llegando incluso a encender el fuego para cocinar en el piso de mosaico. Había muchos que oraban, y yo también me arrodillé, pidiendo a Dios con todo mi corazón para salir con vida de aquel trance y poder realizar aquella noche una hazaña que hiciese mi nombre tan afamado en España como había llegado a serlo en Alemania.

Sin embargo, no todo son buenos augurios. Al ver los grupos de zaragozanos que pasan la noche de guardia alrededor de las hogueras, Gerard se apercibe de lo distinta que es la guerra de España respecto de las demás campañas napoleónicas:

Nosotros habíamos peleado siempre hasta entonces por toda Europa un ejército contra otro ejército. En España íbamos a saber lo terrible que resulta pelear contra un pueblo. Por un lado, no hay en esa lucha ninguna gloria. ¿Qué gloria puede ganarse derrotando a una chusma de tenderos entrados en años, campesinos ignorantes, curas fanáticos, mujeres enfurecidas y toda la mezcolanza de gentes que defendían la ciudad? Por otro lado, los peligros y las molestias eran extraordinarios, porque aquellas gentes no le daban a uno respiro, se despreocupaban de toda clase de reglas de guerra y solo vivían pensando en hacer daño al enemigo, a tuertas o a derechas.

Finalmente Gerard entra en el «Great Convent of the Madonna» y hace estallar el polvorín, permitiendo así la entrada de la caballería francesa. (El monasterio jerónimo de Santa Engracia, situado en la primera línea de defensa sobre la margen izquierda del Huerva, efectivamente fue volado por los franceses en agosto de 1808; solo se conserva la magnífica iglesia).

Podemos concluir, por tanto, que Doyle se documentó de manera adecuada para escribir este relato, y que refleja con fidelidad -o al menos con la fidelidad necesaria para hacerlo verosímil- el ambiente que se vivía en Zaragoza durante los Sitios.

Las aventuras del brigadier Gerard nos muestran también, de manera muy evidente, el punto de vista británico sobre la que nosotros llamamos Guerra de la Independencia y ellos Peninsular War: el enfrentamiento entre Francia, por un lado, y los ejércitos aliados del Reino Unido, España y Portugal. Lo que en España es timbre de gloria -la guerrilla, la resistencia popular- para Doyle se reduce a la molesta actuación de bandidos crueles y campesinos fanáticos, que actúan movidos por impulsos irracionales.

Aunque en algunos relatos de Gerard los militares de los ejércitos enemigos del francés, a lo largo y ancho de Europa, son dibujados con simpatía, por su propia condición de militares y por tanto caballeros, no hay en ellos la más mínima expresión de simpatía o comprensión por unos españoles que, al fin y al cabo, estaban luchando contra los invasores de su patria.

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La traducción del inglés al español de los fragmentos del brigadier Gerard es de Amando Lázaro Ros para la editorial Valdemar, 2007.

Zaragoza en 1808, por Luis Sorando López

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