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Campo rojoSinopsis del editor

«El Campo Rojo es un descampado parecido a Marte, asfixiado por la contaminación de las fábricas. Ahí acuden los chavales de la banda del Farute a jugar a los fusilamientos, a esnifar pegamento y a meter mano a las chicas. El poder de los matones se extiende por las aulas frías y hostiles del colegio. Los alumnos viven aterrados: tienen once o doce años y no hay nadie que los proteja. Todo lo observamos a través de los cristales hiperbólicos del Gafarras, el cuatroojos empollón de la clase, que sobrevive callando, repitiendo a diario los mismos gestos rituales y gracias a la fuerza secreta que lo sostiene: su odio infinito.

El maltrato de niños a otros niños es la herida y el hematoma central de esta narración, a menudo despiadada. Los pasajes llenos de ternura y el humor (por momentos salvaje e hilarante) son apenas una venda que oculta pero no cura. Los libros, los sueños y las fantasías infantiles se convierten en la única vía de escape de la mente erosionada del Gafarras. En sus ojos vemos escrita una fatalidad inminente. El Mal habita por igual en verdugos y víctimas.»

Zaragoza en la novela

Pasé varios años de mi infancia en las Balsas de Ebro Viejo, en el Arrabal. Para nosotros, la calle Valle de Broto era el Misisipi más allá del cual comenzaba el Picarral, la tierra incógnita. Y al final de todo estaba el 181. No hacía falta decir más, ni siquiera el nombre de la calle. Todo el mundo sabía que el 181 era el conjunto de bloques en el que terminaba la parte urbana de la calle San Juan de la Peña. Después del 181 la calle, que era la antigua carretera de Huesca, pasaba por debajo del viaducto de la autopista y seguía por el campo hasta la Academia General Militar. Junto al 181, pared con pared, estaba la fábrica de almidón Campo Ebro Industrial, y enfrente, al otro lado de la calle, el edificio Colmenero. La industria textil Caitasa y la fábrica de papel Saica, con su apestoso olor, marcan las lindes de la narración. El camino de los Molinos señalaba el antiguo trazado de una acequia, a cuya vera se habían levantado numerosos molinos y torres de labor, todos abandonados en la época en la que se sitúa la novela que comentamos, los años 80 del siglo XX. Precisamente el solar yermo de una de las torres, cubierto de tejas rotas, es el Campo rojo que da título al libro.

La historia se sitúa, pues, en el 181, al que el autor llama La Balsa por la facilidad con la que se inundaba la zona cuando llovía, y gira alrededor de la vida de un chaval innominado de familia obrera, el Gafarras, que hace 5º de EGB en un colegio del barrio, en el que una banda dirigida por el Farute y el Bandarras siembra el terror entre los de 5º, a base de golpes, insultos y arrogancia.

La violencia es el tema central del libro: violencia en el barrio, donde se han dado las palizas más grandes de la historia, pero sobre todo violencia en el colegio entre niños, entre compañeros de clase. Todo lo que ocurre en el colegio está filtrado por la violencia, tanto física como verbal, desde las relaciones con los profesores hasta los primeros tanteos sexuales. Violencia, sometimiento y miedo conforman la atmósfera cotidiana del Gafarras, a pesar de que en su familia goza del amor tanto de los padres como de los abuelos, en cuya casa del pueblo veranea. Angel Gracia disecciona los mecanismos de la violencia escolar con el detalle del entomólogo, hasta llegar a estremecer al lector cuando el Gafarras dice «hola, perrito», o cuando la madre de Martínez se agarra a la valla del recreo.

Campo rojo me ha traído a la cabeza su antítesis: El camino, de Miguel Delibes. Dos visiones muy distintas de la infancia, aunque en ambos libros la muerte marca el acto final. Dos visiones que dibujan con nitidez los cambios ocurridos en nuestro país desde la España rural de los 50 hasta los barrios industriales de los 80. Los niños que cazaban pájaros en la aldea castellana de Delibes son los padres de los niños que se forran a hostias en los aseos del colegio de un barrio obrero zaragozano.

Notable libro el que nos ofrece Ángel Gracia. Solo lo pondría una pega: Campo rojo está narrado en segunda persona, un punto de vista extraño. Creo que el libro se leería con más facilidad si estuviera narrado desde el yo del Gafarras o desde la habitual tercera persona. Pero no deja de ser mi gusto personal. En todo caso, Ángel Gracia ha construido un artefacto muy sólido, llamado a perdurar.

La crítica ha dicho…