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BrindisSinopsis del editor

«Brindis es una novela de experiencias: aquellas por las que va pasando su protagonista, Juan, desde que nace en una pequeña ciudad hasta un momento de su vida adulta, de vuelta a casa en autobús. Pero, más que del camino a la madurez, la novela habla de una individualidad ganada, del aprendizaje errático de los sentimientos y la libertad.

Juan deja su ciudad y los estudios e inicia un recorrido en el que es aconsejado por toda una serie de personajes singulares: el joven hijo de militar, que le hace sostener una pistola en la mano para sentir lo que cree que es el peso verdadero del mundo; el empleado de Shanghai, que disfruta viendo películas pornográficas en compañía; la delgada Amy, con la que no consigue acostarse ni sentarse a comer; o el dueño de un bar madrileño, que llama ‘Novelas’ a Juan con intención de ofenderle y llevarle hacia territorios que considera más realistas.

Brindis hace pensar en la novela picaresca, pero se trata aquí de una picaresca sin engaños ni malicia. Quizá algunos de estos episodios resulten descarnados, pero el autor no deja espacio para el desaliento, y nos ofrece una mirada siempre primera y reveladora sobre el mundo.»

Zaragoza en la novela

En las películas de Jacques Tati, monsieur Hulot deambula por la escena haciendo cosas: sube, baja, entra, sale, camina por la calle, conduce un coche… Siempre pausado y mesurado, monsieur Hulot se desenvuelve por el mundo sin torcer el gesto, sin expresar nada en concreto. Parece que habla, pero no emite palabras. Parece que se relaciona con los demás, pero solo hay interacciones superficiales y sin consecuencias. A pesar de ello, vemos a monsieur Hulot con simpatía, con interés. Presentimos que lo que hace tiene algún sentido. La mano de Tati acaba dando a las andanzas de monsieur Hulot un aire simpático, de un humor tranquilo y bienaventurado que nos hace sentirnos bien, y abandonamos la sala satisfechos de haber visto la película.

Algo parecido ocurre con Juan, el protagonista de esta novela de Grasa. Vemos a Juan estudiar en el instituto, ir a la universidad, trabajar en empleos de medio pelo en Madrid, tener escarceos sexuales sin interés, irse a Shanghai a trabajar de no se sabe qué, irse después a Nueva York tampoco se sabe a qué, volver a casa, a esa pequeña ciudad cerca del Pirineo y de Zaragoza cuyo nombre no se menciona, avecindarse después en el piso familiar vacío del barrio de la Magdalena, trabajar de vendedor inmobiliario, irse por último a vivir con Teresa en un barrio nuevo de Zaragoza que estará muy bien comunicado cuando se haga el metro.

Juan parece que no tiene sentimientos ni emociones. Le vemos hablar con otras personas, le vemos trabajar, follar, ir al cine, viajar, emborracharse, pero siempre en el mismo tono, con la misma cara, sin saber por qué. Las relaciones que establece no llevan a ningún sitio, no tiene amigos de verdad, el amor ni se lo plantea. En ocasiones asistimos a grandes cambios en la vida de Juan que se cuentan con la misma frialdad con que se contaría el menú de un restaurante:

Una noche de septiembre Wu [el compañero de piso de Juan] le dijo que se volvía a Shanghai y le propuso que se fuese con él. Podría trabajar en su empresa de plásticos. Juan pensó que, a fin de cuentas, nada le ataba a Madrid, y que aquello podría ser una oportunidad para él de conocer mundo. Unas semanas después hicieron los preparativos del viaje. Wu le sugirió que comprase películas pornográficas para regalar a los directivos. Le dijo que en su país eran difíciles de conseguir, se podían considerar un artículo de lujo. Por fin, subidos ya en el avión, Wu le advirtió del peligro de que descubriesen sus películas en la aduana, de la posibilidad de ir a la cárcel. Juan no sabía hasta qué punto su amigo hablaba en serio. Eso, y el miedo a volar por primera vez, le llevaron a emborracharse en su asiento. Aterrizaron, pasaron la aduana con normalidad y subieron a un taxi.

¿Qué le mueve a hacer cosas, qué piensa de la vida? ¿Sufre? ¿Ama? No lo sabemos. Los sentimientos de Juan no se nos muestran. Solo al final, en la última página del relato, se levanta un poco el velo. Juan y Teresa van a un concierto de música clásica en el auditorio:

Cuando los músicos probaron a un tiempo sus instrumentos, en ese momento para la afinación, Juan se sintió feliz y tomó la mano de Teresa unos instantes. La aparición del director de orquesta fue acompañada de los aplausos del público. Fueron sonando las piezas, Juan se emocionó en varios de los movimientos.

Esa es toda la mención que se hace en Brindis a algún sentimiento de Juan. A pesar de todo, seguimos con interés las andanzas de Juan. A pesar de cierto aire de fría melancolía, la prosa voyeurista de Ismael Grasa nos conduce un paso tras otro a lo largo de la narración, sin desmayar y sin aburrir, y acabamos la novela satisfechos de haberla leído.

La crítica ha dicho…

  • Reseña de Brindis en el blog Solodelibros.
  • Entrevista a Ismael Grasa por Antón Castro en Borradores (Aragón TV), 23 de noviembre de 2008.