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mena_dias_sin_treguaSinopsis del editor

«España, 1981. El país intenta consolidar su naciente democracia, pero las cosas están difíciles. En el último año ha habido ciento treinta muertos en atentados. ETA mata dos personas por semana, grupos de extrema derecha realizan atentados esporádicos y jóvenes anarquistas incendian comercios y empresas mientras crece el descontento entre los militares que añoran la dictadura de Franco. Seis días después de la toma del Congreso en un fallido golpe de Estado, es secuestrado el delantero centro del FC Barcelona, máximo goleador de la Liga. Un suceso extraño en medio del vendaval político que vive al país.

Un joven inspector de policía, que viene de investigar un secuestro de ETA en el que ha sido asesinado el rehén, trabaja en el caso del futbolista. Lo hace bajo la presión de sus graves problemas familiares -su pequeña hija manifiesta síntomas de una evolución anormal, sin que los médicos acierten con el diagnóstico- y rodeado de un ambiente en el que muchos compañeros tampoco simpatizan con la democracia.

Esta novela refleja los momentos más duros de la Transición española y recuerda que la recuperación de la democracia ni fue un cuento de hadas. Días sin tregua es una novela negra en la que los sentimientos tienen tanta importancia como la acción.»

Zaragoza en la novela

La acción de Días sin tregua se desarrolla en 1981, uno de los años más violentos de la Transición. La actuación de ETA, GRAPO y otros grupos terroristas, así como de las propias fuerzas del seguridad del Estado, dejan un reguero de muertos que día a día pone en tensión a la sociedad española, recién salida de la dictadura de Franco. Además de la tensión política existe una fuerte tensión social causada por la crisis económica, la inflación y el desempleo. El Estado franquista se muere lentamente, pero el Estado democrático no termina de alumbrar unas instituciones fuertes y acordes con las existentes en esa Comunidad Económica Europea hacia la que el país parece dirigirse, de manera instintiva, como tabla de salvación. Son los años de florecimiento del cine quinqui, que tiene en Navajeros (1980), Deprisa, deprisa (1981) y Colegas (1982) sus mejores exponentes.

En ese contexto, no es de extrañar ni que un sector de conspiradores del bunker intentara un golpe de Estado para imponer una Junta Militar, ni que un grupo de amigos veinteañeros, de clase trabajadora, llevaran a cabo un secuestro para salir de pobres de manera rápida. El intento de golpe de Estado fue el encabezado por el teniente coronel Tejero, el 23 de febrero de 1981, y el secuestro fue el de Quini, delantero centro del FC Barcelona, realizado el 1 de marzo de 1981.

La novela de Miguel Mena se articula como un diario del secuestro de Quini, desde la perspectiva del inspector Mainar, un joven policía madrileño que es destinado a Barcelona para apoyar la investigación policial. De manera muy bien trabada, el autor desarrolla tres tramas paralelas que confluyen en un final creíble y coherente. Por un lado, la vida de Mainar en Barcelona durante esos días de marzo: los vaivenes propios de la investigación y su relación con una joven periodista catalana y con otros policías asignados al caso, algunos de ellos de carácter bien difícil. Por otro lado, la relación de Mainar con su esposa -hija de un rancio profesor de la Academia General Militar- y con su pequeña hija, que sufre una discapacidad psíquica. Por último, la vida de Quini y de sus secuestradores en el sótano húmedo del edificio del barrio de las Tenerías en el que lo retienen.

La trama policial en sí misma -el secuestro- no tiene misterio, porque el lector medio sabe que Quini fue liberado por la policía sin sufrir ningún daño, pero Mena tiene la habilidad de mantener la atención del lector añadiendo varias intrigas menores, como la visita al puticlub de Masegosa, la retorcida personalidad del inspector Rivas o la clandestina vinculación del inspector Borobia con círculos golpistas.

Los personajes están bien perfilados, tanto los principales como los secundarios, en especial el protagonista, el inspector Mainar, su mujer, Lucía, y su hija, Laura, sin olvidar al capitán Barcenilla (padre de Lucía), al turbio inspector Borobia o a Magda Mariné, periodista progresista. Todo ello narrado con un lenguaje preciso y con la técnica más clásica de la novela: narración temporal lineal, cuidadas descripciones de lugares, diálogos fuidos y naturales. Se nota que Mena tiene ya una bibliografía publicada a sus espaldas.

La ciudad de Zaragoza aparece varias veces en la novela, siempre al hilo de la trama. En primer lugar es el escenario del secuestro: la calle Jerónimo Vicens, una más de los grupos de casas baratas que el Ministerio de la Vivienda construyó en los años 50 del siglo XX en las Tenerías, las Fuentes, el Picarral, Torrero, San José y otros barrios periféricos de Zaragoza para poner un parche al endémico problema de la falta de vivienda asequible para la clase trabajadora. Casas malas en barrios tristes, como se refleja en Días sin tregua. Junto a las Tenerías se encuentra el parque Bruil. Es de agradecer el detalle de Miguel Mena al recordar a la osa tuerta y tarumba que en aquellos años todavía penaba sus días en una jaula infame. En el sótano del número 13 de la calle Jerónimo Vicens, Quini pasaba sus días en no mucho mejores condiciones que la osa del parque.

La Academia General Militar es otro de los escenarios zaragozanos. Como el policía está destinado en Barcelona y el domicilio familiar está en Madrid, Mainar, su mujer y la niña se reúnen los fines de semana, cuando pueden, en casa de los padres de Lucía, que es una vivienda de oficiales dentro de la Academia General Militar. Hasta allí llega Mainar después de recorrer en coche la Nacional II procedente de Barcelona:

Mientras conducía por Cataluña los pueblos se sucedían con regularidad cada pocos kilómetros. Al entrar en Aragón comienza el desierto y los pueblos son como oasis salpicados por la llanura a gran distancia entre sí. (…) Los árboles empiezan a aparecer cuando los montes blancos del norte, montes de yeso y cal, empujan la carretera hacia el río y se divisan a la izquierda los sotos que separan el Ebro del secarral. Por aquí, el Ebro se disfraza para parecerse al Nilo, un brazo de agua atravesando un territorio seco y sediento. En cualquier momento podría sufrir un espejismo y ver la silueta de una pirámide alzándose frente a mí, pero lo que veo es un enorme toro de Osborne anclado sobre uno de los cerros que vigilan la carretera. Y poco después, las torres del Pilar, el faro que me confirma la proximidad de mi destino, el fin de viaje, la inmediatez del reencuentro familiar.

Otro escenario de Días sin tregua es la basílica del Pilar, el icono zaragozano por antonomasia. Mena nos cuenta la visita al Pilar de Mainar, que no es creyente, con Lucía y Laura, para que la niña pase por el manto de la Virgen de la mano de un infantico, y para que la madre bese el pilar puesto por la Virgen. No puede haber escena más tradicional para cualquier familia zaragozana de aquella época y de las anteriores.

Miguel Mena sabe colocar las descripciones de los lugares, tanto en Barcelona como en Zaragoza, con la sabiduría suficiente como para informar al lector de cómo es esa ciudad, pero sin que al lector le parezca estar leyendo una guía turística. Lo mismo que en los años del destape las actrices decían desnudarse por exigencias del guión, aquí las descripciones son las estrictamente necesarias para situar al personaje en un lugar, sin avasallar con información impertinente.

Nos encontramos, pues, ante una novela sólida, bien construida y bien escrita, con una trama y unos personajes solventes, que sin duda hará pasar un buen rato al lector.

La crítica ha dicho…