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AlmendritaSinopsis del editor

La Editorial Calleja, fundada en Madrid en 1879 por Saturnino Calleja Fernández, aportó dos grandes novedades al mundo de la edición española: publicó grandes tiradas de libros y cuentos para niños que se vendían muy baratos, y realizó ediciones muy bien ilustradas, logrando atraer a la lectura a millones de niños españoles e hispanoamericanos, desde que comenzó a publicar cuentos en 1884.

La labor editorial de Calleja, continuada por dos de sus hijos, Rafael y Saturnino Calleja Gutiérrez, durante más de 75 años, fue fundamental para la difusión y popularización de la literatura infantil en España, dado que sus cuentos económicos estaban al alcance de todos los bolsillos, con unos precios de 5 y 10 céntimos.

Satunino Calleja Fernández (fallecido en 1915) contribuyó también a la renovación de los libros escolares españoles, distribuyéndolos por las escuelas de los pueblos de España. En su afán por dignificar el trabajo de los maestros, Calleja publicó La Ilustración de España: periódico consagrado a la defensa de los intereses del Magisterio español, junto con el boletín El Heraldo del Magisterio, al tiempo que fundó la Asociación Nacional del Magisterio Español. Para Calleja, los libros infantiles eran un poderoso instrumento para la educación de los más desfavorecidos.

Tras una etapa de expansión y renovación entre 1915 y 1936, la editorial Calleja entró en una fase de declive y repetición a partir de 1939. El último libro se publicó en 1958 y la editorial desapareció al año siguiente, pero ha pervivido en la memoria colectiva de los españoles transustanciada en la expresión «tienes más cuento que Calleja»

Un hecho significativo de las ediciones de Calleja es que normalmente no indicaba el nombre del creador o del adaptador de los cuentos que publicaba. Tampoco tenía ningún reparo en alterar el título o el argumento de los cuentos, sobre todo para adaptarlos a su ideario moralizante y cristiano. Buena muestra de ello es el cuento de Hans Christian Andersen El soldadito de plomo, en el que el soldadito protagonista no está enamorado de una bailarina, sino que es un devoto de la Virgen del Pilar. El cuento aparece en un volumen titulado La Almendrita, que contiene El traje invisible, El soldadito de plomo, El rey Tragabuches y El rey Tito, publicado hacia 1920 (la editorial Calleja no solía poner la fecha de publicación del libro).

[Texto basado en el estudio introductorio de Pedro C. Cerrillo a la edición facsímil de La Cenicienta (1930), publicada en Cuenca por la Universidad de Castilla-La Mancha, 2010.]

Zaragoza en la novela

[Zaragoza no aparece en este cuento, salvo como lugar de advocación de la Virgen del Pilar. Dada la rareza del cuento, lo transcribimos en su integridad.]

EL SOLDADITO DE PLOMO

De un viejo cucharón de plomo nacieron veinticinco soldados de infantería, todos iguales. Con el fusil al brazo, con bayoneta calada, la mirada fija, el capote azul y e pantalón rojo, ¡qué aspecto tan marcial tenían todos! La primera frase que escucharon en este mundo, cuando levantaron la tapa de la caja en que estaban encerrados, fue este grio: «¡Soldaditos de plomo!», que lanzó un niño palmoteando de alegría. Le habían regalado la cajita como presente por ser el día de su Santo, y se divertía en formarlos sobre la mesa y en dar batallas con ellos. Todos los soldados se parecían perfectamente, á excepción de uno, que sólo tenía una pierna: le habían hechado el último en el molde y ya no quedaba bastante plomo para hacerle entero. Sin embargo, se mantenía tan firme sobre esta pierna como los demás sobre las dos. De este soldadito es del que vamos a hablar.

En la mesa en que estaban formados en fila nuestros soldados, había otros muchos juguetes; pero el más bonito era un precioso castillo de cartulina de colores.

Por las pequeñas ventanas de podían ver hasta sus salones y pasillos. Á un lado del castillo se elevaban unos pequeños arbolitos en torno de un espejo que imitaba un lago; algunos cisnes de cera nadaban y se reflejaban en él. Todo esto era muy bonito; pero lo que más llamaba la atención era un hermoso cuadro que representaba la Virgen del Pilar de Zaragoza: estaba colocado en la sala principal del castillo. Era también de cartulina, pero estaba tan bien dibujada, que al soldado le pareció que le miraba y quería hablarle, sin duda porque aquel soldadito, por su misma desgracia de faltarle una pierna, era más digno de lástima que sus compañeros.

El soldadito agradeció mucho que la Virgen le mirase tan cariñosamente, y como era buen cristiano, se olvidó de jugar con sus compañeros y comenzó a rezar una salve, y pidió á la Virgencita que le socorriese en sus desgracias, pues temía un triste fin en manos de su nuevo dueño, que aunque era muy bueno, era algo revoltoso y podía con un pequeño descuido romperle la única pierna que tenía.

Cansado el niño de jugar, fueron recogidos los soldados de plomo en su caja, menos el soldadito cojo, que estaba separado de los demás pensando en la Virgencita y rezando sus oraciones, hasta que los señores de la casa se fueron á acostar. Entonces los juguetes que habían quedado en la mesa comenzaron á divertirse solos: primero jugaron á la gallina ciega, después jugaron á hacerse la guerra, y por último jugaron al corro. Los soldados de plomo se agitaban en su caja Geografia Callejaporque querína tomar parte en el juego; pero ¿cómo levantar la tapa? El cascanueces hizo piruetas y el lápiz se puso en pie sobre la punta y trazó mil caprichosas figuras; llegó a ser tan grande el ruido, que el jilguero, que dormía en su jaula, se despertó y empezó a cantar. Los únicos que no se movían de su puesto eran el soldado de plomo, que presentía una desgracia, y la Virgencita, que continuaba mirándole, como diciéndole que tuviese valor y no temiera nada, con lo cual el soldadito se tranquilizó y continuó como siempre sobre su única pierna, arma al brazo y sin dejar sus oraciones.

Á la media noche, ¡crac! la tapa de la tabaquera saltó; pero en lugar de tabaco había dentro un muñeco con larga braba verde. Era un juguete de sorpresa, pero muy feo y de malas intenciones, que quería mal al soldadito.

-¿Qué miras ahí como un pasmarote? dijo el muñeco. Márchate ahora mismo, ó te acordarás de mí.

El soldado se encogió de hombros é hizo como que nada oía.

-Ya que no me haces caso, espera á mañana y verás, continuó el muñeco de la barba verde.

Al siguiente día, cuando los niños se levantaron, encontraron al soldadito cojo y le pusieron en la ventana, no lejos del muñeco de la barba verde, que, saliendo bruscamente de su caja, le empujó con tal violencia, que le arrojó de cabeza desde el tercer piso á la calle. ¡Qué caída tan espantosa! El pobre soldadito quedó con el pie hacia arriba, con todo el cuerpo sobre el capote y con la bayoneta clavada entre dos losas del piso.

El niño y la criada bajaron a buscarle; pero aun cuando estuvo en poco que le pisaran, no pudieron verle. Si el soldado hubiese gritado: «¡Aquí estoy, no me piséis!», le habrían encontrado; pero creyó que eso sería deshonrar el uniforme, y permaneció callado, aunque lleno de pena al ver que no daban con él.

Obscurecióse el cielo, empezó a llover, y pronto las gotas se sucedieron sin intervalo; aquello fue un verdadero diluvio. Cuando descargó del todo la nube y acabó la tempestad, pasaron dos niños.

-¡Mira! dijo uno, aquí hay un soldado de plomo; hagámosle navegar.

Hicieron un barco con un periódico viejo, pusieron dentro al soldado de plomo, y le hicieron bajar por el arroyo. Los dos muchachos corrían a su lado y aplaudían con las manos. ¡Qué remolinos tan furiosos había en ese arroyo! ¡Qué fuerte era la corriente! El barco de papel, empujado en distintas direcciones, se movía de una manera descompasada; pero, á pesar de todo, el soldado de plomo, aunque empezaba á sentir los efectos del mareo, permanecía en pie, impasible, con la mirada fija y el arma al brazo.

De pronto la corriente se hizo más furiosa y el barco se sumergió en una alcantarilla, que estaba obscura como boca de lobo y en que reinaba un olor pestilente.

-¿Dónde he venido á parar? se preguntó el soldado. Sin duda es el muñeco de la barba verde el que me causa este mal; pero no me importa; yo le perdono y no temo nada; la Virgencita me ayudará.

No tardó en presentarse una gran rata; era un habitante de la alcantarilla.

-Pronto: enséñame tu pasaporte, dijo al soldadito de plomo.

Pero éste guardó silencio, rezó sus oraciones, y se quedó tan tranquilo como si nada le ocurriese. La barca, aunque con trabajo y deteniéndose á trechos, continuó su camino, y la rata la perseguía rabiosa, rechinando los dientes y gritando á sus compañeras: «Detenedle, detenedle; no ha pagado su derecho de pasaje; no ha querido enseñarme su pasaporte.»

Zorro y gato CallejaPor fortuna la corriente era cada vez más rápida, y el soldado empezó á ver la luz del día; pero oía al mismo tiempo un murmullo formidable, capaz de asustar al militar más valeroso. La alcantarilla desaguaba en el río, y al caer sus aguas formaban un salto que, en relación al soldadito, era mayor que para nosotros las cataratas del Niágara. La barca ya no podía detenerse, y se lanzó en el abismo. El bravo soldado se mantenía tan tieso como le era posible, y nadie se hubiera atrevido á decir que ni aun siquiera pestañeaba: si tenía miedo, lo disimulaba muy bien. Al caer al río, y después de haber dado muchas vueltas la barca sobre sí misma, se llenó de agua; iba á hundirse. Ya el agua llegaba al cuello del soldado, y cada vez se hundía la barca más y más; se desplegó el papel, y el agua cubrió de pronto la cabeza de nuestro héroe.

Entonces, viendo llegada su última hora, se acordó de la Virgencita, suspiró y se dispuso á morir con resignació, como buen cristiano.

Rompióse el papel, y el soldado pasó a través de él y empezó a descender al abismo de las aguas. Pero antes de que llegara al fondo fue devorado por un gran pez. ¡Entonces sí que fueron profundas las tinieblas en torno del soldadito! Estaba más obscuro aún que en la alcantarilla. Además se sentía muy oprimido; pero reflexionó que al fin el pez, sin saberlo, le había salvado la vida, impidiéndole ahogarse, y acomodándose como pudo a su nueva situación, se extendió todo lo largo que era, siempre con el fusil al hombro.

Así pasó mucho tiempo. De repente notó que el pez, en cuyo vientre se hallaba, se agitaba con espantosos movimientos, á los que sucedió una quietud absoluta. El soldadito oyó el ruido de la carne que se rompe, y al mismo tiempo pasó por sus ojos una extraordinaria claridad. Apareció la luz en todo su esplendor, y alguien gritó:

-¡Un soldado de plomo!

Oreja del diablo CallejaEl pez había sido pescado, expuesto en el mercado, vendido, llevado á la cocina, y la cocinera le había abierto con un gran cuchillo. Cogió con dos dedos al soldado por medio del cuerpo y le llevó á la sala, donde todos se apresuraron á contemplar al valeroso viajero que había hecho tan larga travesía en el vientre de un pez. Preciso es confesar que, á pesar de su gran modestia, el soldado se sintió muy orgulloso entre tantas muestras de admiración. Le colocaron sobre la mesa, y allí (¡qué cosas tan raras suceden á veces en el mundo!) se encontró en la misma habitación de donde había sido arrojado por la ventana. En efecto, vió claramente á los niños, reconoció los juguetes que estaban sobre la mesa y el precioso castillo con la imagen de la Virgen del Pilar, que le miraba. Al verla el soldado se sintió conmovido y no dudó que la Virgencita le había librado milagrosamente.

El soldadito estaba al borde de la mesa, muy cerca de la chimenea, tan embelesado en la contemplación de su Virgencita, que no reparó en que un niño ponía á su lado la caja de sorpresa que contenía el horrible muñeco de la barba verde. Salió éste bruscamente y empujó con tal violencia al soldadito, que éste cayó al fuego. Allí quedó en pie, iluminado por una luz viva, experimentando un calor horrible; pero no por eso lanzó un solo gemido, á pesar de lo mucho que sufriera. Todos sus colores habían desaparecido, y el hermoso barniz que lo revestía se convirtió en humo aromático. Continuó mirando con toda su alma á la Virgen, y ella le miró también. Aunque se sentía derretir, siempre intrépido, se mantenía con el arma al brazo. De pronto se abrió una puerta, una corriente de aire se llevó el fuego y el soldadito fue nuevamente librado de la muerte; llegó en ese momento la mamá del niño y recogió al soldadito, y diciéndole que la Virgencita había hecho el milagro de salvar al soldadito, se lo entregó de nuevo, recomendándole que le tratase con especial cuidado.

El niño no quiso que al soldadito le ocurriese una nueva desgracia, y mandó construir un cuadrito, donde colocó su juguete con todo cuidado, y lo colgó en su alcoba, y todos los días, al acostarse y al levantarse, se encontraba con el bravo soldado haciendo centinela y recordándole sus oraciones para que la Virgencita le socorriese en sus desgracias y le hiciera feliz, pues la Virgencita no se olvida nunca de los niños buenos, y los protege constantemente como protegió al soldadito de plomo.